domingo, 31 de agosto de 2014

Sobre las fuertes bases de la confianza.


Un aspecto básico del ser humano es la vida en sociedad, la vida con los otros y las relaciones con muchos y variados entornos.

La forma de relacionarnos con los demás ha cambiado radicalmente desde la existencia de los primeros homínidos hasta la actualidad. Pasando por diferentes e históricas etapas, el ser humano se relacionaba con su prójimo en busca de compañía, ayuda, amistad, cariño, amor, cooperación…y un largo etcétera.

Podemos decir que son muchos los factores que entran en juego a la hora de relacionarnos con nuestros semejantes. Factores que, en su mayoría, han persistido a lo largo de la historia, puesto que algunos de ellos son tan básicos que no podríamos concebir una buena relación con cualquier individuo sin ellos. Sin embargo, a veces no los prestamos demasiada atención y se nos escapan, pero si echamos la vista atrás, podemos apreciar los vestigios de estos desde las primeras poblaciones de seres humanos. Digo vestigios porque algunos de ellos han evolucionado y modificado, pero existen otros sin los cuales el hombre no podría formar grupos cercanos o, simplemente, relacionarse enteramente con sus semejantes.


Uno de estos factores imprescindibles a la hora de entablar una relación de calidad es la confianza, y al hablar de confianza tenemos que hablar en sentido opuesto de desconfianza.

Aunque en este tema entra en juego la subjetividad de cada individuo, es algo que se manifiesta en diferentes grados en todos nosotros, aplicable tanto a nuevas personas, pasando por nuevos objetos y llegando hasta nuevas situaciones. En consonancia de la confianza inevitablemente se encuentra el poder mostrar más de uno mismo, algo directamente proporcional a las relaciones de calidad.

Atendiendo a la confianza con otros, no podemos confiar en todo el mundo, no podemos entregar nuestra persona a unas manos cualquieras y, en muchas ocasiones, ni si quiera un pedazo de nosotros. Esto es algo que parece básico y que desde pequeños nos lo han inculcado todos nuestros padres y madres. ¿ O acaso alguien no se acuerda de algunas frases universales como “nunca te fíes de desconocidos”, “no aceptes nada de alguien que no conozcas”,” no te vayas nunca con un desconocido”? En mayor o menor modificación, todos hemos sido testigos de frases como esas.

Aparentemente todo esto está muy bien y digo aparentemente porque una desconfianza nunca viene mal, incluso ayuda en muchas ocasiones, pero una desconfianza exagerada cruza la línea de lo seguro a lo perjudicial con uno mismo.

Durante todo nuestro trayecto, la vida nos pone muchas dificultades y trabas para poder conseguir lo que queremos. También para formarnos y vivir como personas, todo ello supone una madurez que el tiempo y las vivencias van modelando. Es en este aprendizaje y madurez donde, en gran parte, se construye la confianza y desconfianza.


A medida que crecemos, todos pasamos tanto por buenas como por malas experiencias, muchas de estas malas experiencias nos ocurren por fiarnos de quien no debemos, por entregar demasiado a quien no lo merece y/o por apostar fuerte ante cartas muy bajas. Despertamos de la inocencia infantil y nos enfrentamos con la vida, viendo que no es tan bonita y tan segura como creíamos. Aprendemos a no confiar en cualquiera y con el tiempo, a ser más desconfiados (atendiendo a diferentes aspectos según el individuo).
Aquí reflejo algunos hechos más o menos comunes para todos que violan la confianza que depositamos:

·        Nuestras primeras amistades frustradas.


       En cuanto a ellas y sobretodo en edades de adolescencia, podemos decir que generalmente solemos ser bastante inocentes y volcamos en ellas gran parte de nuestro tiempo libre y cargas emocionales a la par que vivencias. En muchos casos, con el tiempo vamos descubriendo que estas no son tan fuertes como pensábamos que eran, las idealizábamos más que otra cosa y un día nos damos cuenta arduamente que nos han engañado, traicionado o incluso, abandonado.

·         Nuestros primeros amores fracasados.


      ¿Quién no se ha sentido alguna vez engañado, desilusionado, traicionado, decepcionado e incluso usado? Por desgracia pocas personas no han experimentado nunca tales sentimientos cuando se han dedicado a conocer a alguien a quien veían como el chico o la chica ideal para ellas. Y en este tema también es cierto que nuestros ideales y proyecciones en el otro nos juegan una mala pasada, dejándonos guiar por las pasiones y emociones del momento sin poder quitarnos la venda sobre la persona que tenemos en frente.
En cualquier caso, los daños sentimentales en el terreno amoroso son de los que más influyen y permanecen. También son los que nos ponen más difícil abrirnos al amor, puesto que los prejuicios y las malas experiencias pasadas tienden a manifestarse haciéndonos olvidar que en numerosas ocasiones, pagan justos por pecadores.

Estas y más desilusiones las vamos acumulando y el resultado es una barrera delante de nosotros que, normalmente, cada vez se hace más difícil quebrantar.

Es un grave error restringir del acceso a todo el mundo. Ello no significa abrir paso a cualquiera que desee entrar en tu vida y en consecuencia, en tu confianza, pero tampoco sugiere la idea de aislarse en una burbuja y temer por experiencias pasadas.

Si nos damos cuenta, en nuestras mejores relaciones, el pilar básico de ellas es la confianza, sin la cual no existirían conceptos como “mejor amigo/a” o “novio/a”. Está presente constantemente en las mejores relaciones y conseguirla no es nada fácil. Como se suele decir “la confianza tarda años en construirse y minutos en derrumbarse”. Sin ser tomada al pié de la letra, todos sabemos muy bien su sentido y significado.

Es por ello mismo que es muy difícil empezar a recibir cosas buenas por parte de alguien si no se hace un pequeño “trueque”: dar un poco de ti mismo para recibir un poco del otro. Y este es el principio de buenas relaciones, puesto que si sólo nos limitamos a hablar del tiempo y de las cosas más superficiales y mundanas de nuestra vida, estamos dejando bien claro que no queremos depositar en el otro algo más íntimo de nosotros, algo que permita conocerse mejor, algo que permita ayudar o recibir ayuda si se necesita, algo que permita mostrar cómo verdaderamente somos, algo que se permita “cuidar” y comprobar si la persona que tenemos enfrente es capaz de cuidar ese pequeño trocito de confianza que le estamos ofreciendo. Es así como comprenderemos qué tipo de relación podemos tener con otros individuos, con nuevos compañeros, amigos o amores que puedan llegar a nuestra vida: ofreciendo algo de nosotros.

En este sentido, es inevitable pensar que quizás estemos depositando una confianza a priori que no deberíamos, es inevitable pensar que el otro pueda traicionar nuestra confianza y/o burlarse de ella, también incluso es inevitable pensar no recibir un poquito de confianza por la otra parte, pero es otorgando una pequeña parte de ella como mejor nos daremos cuenta de todo ello.

Mirémoslo así, si nos hemos equivocado, mejor hacerlo a tiempo y comprobarlo cuanto antes, pero si no lo hemos hecho, acabamos de averiguar que podemos seguir ofreciendo confianza a la otra persona y recibirla recíprocamente. Probablemente en el futuro, ese conocido/a llegue a ser alguien muy importante para nosotros, en ese caso, en nuestras manos está plantar buenos cimientos y cuidar dicha relación.


No cerremos, por miedo, las puertas a todas las personas que, de diferentes maneras, llegan a nuestras vidas. No nos perdamos buenos momentos y bellas personas porque algún día otros nos dañaron y no supieron cuidar nuestra confianza.


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