Un aspecto básico del ser humano es la vida en sociedad, la
vida con los otros y las relaciones con muchos y variados entornos.
La forma de relacionarnos con los demás ha cambiado
radicalmente desde la existencia de los primeros homínidos hasta la actualidad.
Pasando por diferentes e históricas etapas, el ser humano se relacionaba con su
prójimo en busca de compañía, ayuda, amistad, cariño, amor, cooperación…y un
largo etcétera.
Podemos decir que son muchos los factores que entran en
juego a la hora de relacionarnos con nuestros semejantes. Factores que, en su
mayoría, han persistido a lo largo de la historia, puesto que algunos de ellos
son tan básicos que no podríamos concebir una buena relación con cualquier
individuo sin ellos. Sin embargo, a veces no los prestamos demasiada atención y
se nos escapan, pero si echamos la vista atrás, podemos apreciar los vestigios
de estos desde las primeras poblaciones de seres humanos. Digo vestigios porque
algunos de ellos han evolucionado y modificado, pero existen otros sin los
cuales el hombre no podría formar grupos cercanos o, simplemente, relacionarse
enteramente con sus semejantes.
Uno de estos factores imprescindibles a la hora de entablar
una relación de calidad es la confianza, y al hablar de confianza tenemos que
hablar en sentido opuesto de desconfianza.
Aunque en este tema entra en juego la subjetividad de cada
individuo, es algo que se manifiesta en diferentes grados en todos nosotros,
aplicable tanto a nuevas personas, pasando por nuevos objetos y llegando hasta
nuevas situaciones. En consonancia de la confianza inevitablemente se encuentra
el poder mostrar más de uno mismo, algo directamente proporcional a las
relaciones de calidad.
Atendiendo a la confianza con otros, no podemos confiar en
todo el mundo, no podemos entregar nuestra persona a unas manos cualquieras y,
en muchas ocasiones, ni si quiera un pedazo de nosotros. Esto es algo que
parece básico y que desde pequeños nos lo han inculcado todos nuestros padres y
madres. ¿ O acaso alguien no se acuerda de algunas frases universales como “nunca
te fíes de desconocidos”, “no aceptes nada de alguien que no conozcas”,” no te
vayas nunca con un desconocido”? En mayor o menor modificación, todos hemos
sido testigos de frases como esas.
Aparentemente todo esto está muy bien y digo aparentemente
porque una desconfianza nunca viene mal, incluso ayuda en muchas ocasiones,
pero una desconfianza exagerada cruza la línea de lo seguro a lo perjudicial
con uno mismo.
Durante todo nuestro trayecto, la vida nos pone muchas
dificultades y trabas para poder conseguir lo que queremos. También para
formarnos y vivir como personas, todo ello supone una madurez que el tiempo y
las vivencias van modelando. Es en este aprendizaje y madurez donde, en gran
parte, se construye la confianza y desconfianza.
A medida que crecemos, todos pasamos tanto por buenas como
por malas experiencias, muchas de estas malas experiencias nos ocurren por
fiarnos de quien no debemos, por entregar demasiado a quien no lo merece y/o
por apostar fuerte ante cartas muy bajas. Despertamos de la inocencia infantil
y nos enfrentamos con la vida, viendo que no es tan bonita y tan segura como creíamos. Aprendemos a no confiar en cualquiera y con el tiempo, a ser más desconfiados
(atendiendo a diferentes aspectos según el individuo).
Aquí reflejo algunos hechos más o menos comunes para todos
que violan la confianza que depositamos:
· Nuestras primeras amistades frustradas.
En
cuanto a ellas y sobretodo en edades de adolescencia, podemos decir que
generalmente solemos ser bastante inocentes y volcamos en ellas gran parte de
nuestro tiempo libre y cargas emocionales a la par que vivencias. En muchos
casos, con el tiempo vamos descubriendo que estas no son tan fuertes como
pensábamos que eran, las idealizábamos más que otra cosa y un día nos damos
cuenta arduamente que nos han engañado, traicionado o incluso, abandonado.
·
Nuestros primeros amores fracasados.
¿Quién no
se ha sentido alguna vez engañado, desilusionado, traicionado, decepcionado e
incluso usado? Por desgracia pocas personas no han experimentado nunca tales sentimientos cuando se han dedicado a conocer a alguien a quien veían como el chico o
la chica ideal para ellas. Y en este tema también es cierto que nuestros
ideales y proyecciones en el otro nos juegan una mala pasada, dejándonos guiar
por las pasiones y emociones del momento sin poder quitarnos la venda sobre la
persona que tenemos en frente.
En cualquier caso, los daños sentimentales en el terreno amoroso son de
los que más influyen y permanecen. También son los que nos ponen más difícil
abrirnos al amor, puesto que los prejuicios y las malas experiencias pasadas
tienden a manifestarse haciéndonos olvidar que en numerosas ocasiones, pagan
justos por pecadores.
Estas y más desilusiones las vamos acumulando y el resultado
es una barrera delante de nosotros que, normalmente, cada vez se hace más
difícil quebrantar.
Es un grave error restringir del acceso a todo el mundo.
Ello no significa abrir paso a cualquiera que desee entrar en tu vida y en
consecuencia, en tu confianza, pero tampoco sugiere la idea de aislarse en una
burbuja y temer por experiencias pasadas.
Si nos damos cuenta, en nuestras mejores relaciones, el
pilar básico de ellas es la confianza, sin la cual no existirían conceptos como
“mejor amigo/a” o “novio/a”. Está presente constantemente en las mejores
relaciones y conseguirla no es nada fácil. Como se suele decir “la confianza tarda años en construirse y
minutos en derrumbarse”. Sin ser tomada al pié de la letra, todos sabemos
muy bien su sentido y significado.
Es por ello mismo que es muy difícil empezar a recibir cosas
buenas por parte de alguien si no se hace un pequeño “trueque”: dar un poco de
ti mismo para recibir un poco del otro. Y este es el principio de buenas
relaciones, puesto que si sólo nos limitamos a hablar del tiempo y de las cosas
más superficiales y mundanas de nuestra vida, estamos dejando bien claro que no
queremos depositar en el otro algo más íntimo de nosotros, algo que permita
conocerse mejor, algo que permita ayudar o recibir ayuda si se necesita, algo
que permita mostrar cómo verdaderamente somos, algo que se permita “cuidar” y
comprobar si la persona que tenemos enfrente es capaz de cuidar ese pequeño
trocito de confianza que le estamos ofreciendo. Es así como comprenderemos qué
tipo de relación podemos tener con otros individuos, con nuevos compañeros,
amigos o amores que puedan llegar a nuestra vida: ofreciendo algo de nosotros.
En este sentido, es inevitable pensar que quizás estemos
depositando una confianza a priori que no deberíamos, es inevitable pensar que
el otro pueda traicionar nuestra confianza y/o burlarse de ella, también
incluso es inevitable pensar no recibir un poquito de confianza por la otra
parte, pero es otorgando una pequeña parte de ella como mejor nos daremos cuenta
de todo ello.
Mirémoslo así, si nos hemos equivocado, mejor hacerlo a
tiempo y comprobarlo cuanto antes, pero si no lo hemos hecho, acabamos de
averiguar que podemos seguir ofreciendo confianza a la otra persona y recibirla
recíprocamente. Probablemente en el futuro, ese conocido/a llegue a ser alguien
muy importante para nosotros, en ese caso, en nuestras manos está plantar
buenos cimientos y cuidar dicha relación.
No cerremos, por miedo, las puertas a todas las personas
que, de diferentes maneras, llegan a nuestras vidas. No nos perdamos buenos
momentos y bellas personas porque algún día otros nos dañaron y no supieron
cuidar nuestra confianza.